domingo, 1 de junio de 2014

Marcha peregrina de La Alberca a Valdelageve

Por fin llegó la etapa que estábamos esperando tanto los peregrinos como este gevato que os escribe. Me encontraba pendiente de ella desde que este curso comenzamos a hacer el Camino de Santiago que hacían los portugueses. Éstos  entraban por la zona de Aldea del Obispo y cruzaban, entre otras poblaciones, Ciudad Rodrigo, para acabar visitando, ya en Sierra de Francia, a la imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Peña de Francia, sita en la peña que lleva su nombre y a una altura de 1.725 metros de altitud. De allí iban a La Alberca, lugar donde había un hospital y albergue de peregrinos, donde estos eran atendidos y aprovechaban para descansar. Quedaban las etapas a Valdelageve y, la última, hasta Puerto de Béjar, lugar donde hubo un emplazamiento romano llamado Caelionico y por donde pasaba la Calzada Romana, que, a posteriori, se le denominó también Vía de la Plata, que es el camino a seguir hasta llegar a Santiago de Compostela.

Pero volviendo al tema que nos interesa, eran las 9,30
del pasado sábado 14 de abril cuando ya en La Alberca comenzamos, como es costumbre antes de empezar una marcha, a tomar las perronillas y chupitos de aguardiente correspondientes. En esta ocasión fueron obsequio del señor alcalde del municipio, que a su vez nos habló, entre otras cosas, del tema que acabo de exponer. Después, entre aplausos, se le obsequió con el libro de Salvador Llopis Por Salamanca también pasa el Camino de Santiago y se le impuso la insignia del peregrino de nuestra Asociación, que fue hecha por el ilustre escultor salmantino Venancio Blanco.

Finalizados estos prolegómenos comenzamos raudos
la marcha, pues no había tiempo que perder: teníamos que recorrer 26 kilómetros, por la sierra. La primera localidad por la que pasamos fue Monforte de la Sierra, sita en un alto de la montaña con hermosas vistas. 

Serpenteando el camino pasamos de vez en cuando por tierras con árboles frutales: los cerezos estaban
colmados de cerezas, lo que hizo que de vez en cuando hiciésemos una paradita para saciar el
instinto. Cuando llegamos a Cepeda paramos para tomar un tente en pie, pues había que reponer fuerzas. La tercera parte, hasta El Soto
(Sotoserrano), tuvo mayor dificultad, ya que el calor apretaba y los ascensos y descensos eran más pronunciados. Pero mira por dónde que, al llegar al pueblo, volvimos a encontrar otra zona donde nuevamente los cerezos abundaban. Su fruto era de excelente calidad y lo probamos -cómo no. Por fin entramos en el pueblo y volvimos a hacer una nueva parada. 

Los 11 kilómetros que faltaban estaban conceptuados
como duros -como así fue- al continuar por montaña. En esta ocasión, sin embargo, al estar cubierta por monte bajo, no había sombras, más bien un sol de justicia. La pisada, además, era mala, con algunos repechos muy pronunciados. 

Menos mal que la vista de vez en cuando se recreaba viendo zigzaguear en la hondonada el curso del río
Cuerpo de Hombre. Cuando íbamos por la cima de la montaña, faltando uno o dos kilómetros, pudimos observar mi querido pueblo de Valdelageve y los paisajes que le rodean. ¡Qué alegría, que ilusión! Llegamos cansados, pero mereció la pena.

Paramos en el bar, donde fuimos recibidos por Alejandro, gevato, que se portó de principio a fin de maravilla con nosotros. Dimos buena cuenta de las viandas que llevábamos y de las consumiciones que hicimos, y, ya descansados y repuestos, nos preparamos para ir a ver el pueblo y a partir de aquí tuve que hacer de guía.

Lo primero en mostrarles fue la campiña que nos rodeaba, haciéndoles sabedores de algunos nombres. Luego les mostré lo que tanto estaban deseando, que era ver la calle que lleva mi nombre. Aquí aprovecharon para hacerse algunas fotografías y hablaron con algunos vecinos, con lo que quedaron tan contentos. Para finalizar acabamos en la iglesia,
fábrica que les encantó -cómo no, después de haber oído hablar tanto de ella- y les narré algo de lo que a ella respecta. Cantamos algunas estrofas del “Perantón de Valdelageve” -“En el pueblo de Valdelageve, / a tomillo y a jara huele”- terminando bajo la dirección de Eduardo, que me echó una mano. Dado mi estado emocional, dijo unas palabras muy bonitas. Finalizamos rezando tres Aves Marías, que es una buena costumbre peregrina.

En el regreso todo fueron parabienes por la marcha y
la estancia en el pueblo. Los peregrinos estaban ansiosos por conocerlo, pues no en balde el perantón es cantado en casi todas las marchas. Las vistas fueron muy bonitas y sirvieron para recrearnos y llenar nuestro cuerpo y espíritu de ánimo.

(Fotografías: la primera es de JM Montero Barrado; la sexta, de Juan-Miguel Montero Barrado; y el resto, del peregrino Francisco Javier)