lunes, 29 de julio de 2013

En reconocimiento a todas la madres de Valdelageve

Me ha gustado tanto el boceto de Fray Ramón Ángel Jara dedicado a “una madre”, que no he dudado ni un instante en dedicárselo a todas las madres gevatas, ya que han sido y siguen siendo fieles exponentes de lo que es verdaderamente un ser tan especial. No sólo por las horas que dedican para cumplir con esa labor tan entrañable e íntima, sino que también sacan tiempo para atender a los trabajos y necesidades del medio rural, lo que hace que su misión sea aun más encomiable.


Boceto del retrato de una madre

Hay una mujer que tiene algo de Dios, por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Hay una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana, y en la vejez, trabaja con el vigor de la juventud.

Hay una mujer que, si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños.

Hay una mujer que, siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama, y siendo rica, daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.

Hay una mujer que, siendo vigorosa, se estremece con el vagido de un niño, y siendo débil, se reviste a veces con la bravura de un león.

Hay una mujer que, mientras vive, no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero, después de muerta, daríamos todo lo que somos y lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios. De esta mujer no me exijáis el nombre, si no queréis que empape con lágrimas vuestro álbum, porque yo la vi pasar por mi camino.

Cuando crezcan vuestros hijos, leedles estas páginas y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago de suntuoso hospedaje recibido, ha dejado para vos y para ellos un boceto del retrato de su madre.

Fray Ramón Ángel Jara

Algunas enfermedades y remedios caseros utilizados en Valdelageve por nuestros ancestros

En ausencia de recursos médicos hizo que en mi pueblo se utilizasen las plantas como remedio de curación para tratar las enfermedades más comunes, de las cuales he recogido información, así como de las heridas, picaduras, etc., y que ahora transcribo.

Boca, inflamación de: gargarismos de infusión de manzanilla.

Cabeza, dolores de: se ponía un paño empapado en aguardiente en la frente.

Anginas: infusiones de agua de eucalipto, tomillo, romero. También, haciendo gargarismos de agua con sal.

Bronquitis: se preparaba un jarabe con una cucharada de miel o de azúcar hecha almíbar, medio litro de leche, un puñado de orégano, tomillo y de 3 a 5 higos secos (éstos, siempre que fuesen impares), en algunos casos una manzana pelada y troceada, y luego se hervía todo junto, después se colaba y se tomaban 3 ó 4 tazas al día. También eran muy importantes los vahos de eucalipto.

Catarros: infusiones de tomillo y romero. Vahos de eucalipto.

Tos: una o dos zanahorias raspadas y cortadas en rodajas finas; éstas se metían en una taza de porcelana, luego se cubrían con el zumo de uno o dos limones bien colados y dos cucharadas de miel, y se dejaban macerar dos horas; luego se tomaba una cucharada cuando apareciese la tos.

Ronquera: el mismo jarabe que para la tos. También infusiones de tomillo y orégano.

Diarrea: ponían sobre un paño unas hojas de gordolobo, de tal manera que la parte de atrás de las hojas quedaran colocadas en el ano. También agua de arroz cocido, al que se añadía zumo de limón.

Diviesos, forúnculos: colocaban una hoja de la planta siempreviva (o curalotodo, como también la conocen) sobre el grano, no sin antes quitarle la telilla de la parte interior; luego se sujetaba con un trapo, haciendo las veces de venda; a los pocos días éste estaba abierto y limpio de las impurezas. También utilizaban higos cocidos, que se abrían y se colocaban sobre el divieso.

Empacho: se enjabonaba muy bien un paño de lienzo casero con el jabón hecho en casa, luego se empapaba con aguardiente y se colocaba sobre el estómago; el paciente notaba como si fuego saliese del órgano; más tarde los dolores iban cediendo hasta lograr definitivamente su desaparición.

Estreñimiento: echaban agua caliente en un orinal y se sentaban, para que de esa forma tomaran vahos por el ano; esta operación la hacían 2, 3 ó 4 veces al día. También ponían una irrigación de agua de eucalipto. Muy común era tomar un par de cucharadas de aceite de oliva en ayunas.

Intestino, dolores de: colocaban linaza remojada sobre la zona afectada.

Fiebre: se ponían paños de agua fría en la frente. También tomaban infusiones de manzanilla, romero, grama…

Gases: en ayunas comían un diente de ajo cortado en láminas. Incluso comían un trozo de pan tostado en el cual se restregaba un diente de ajo. No faltaban infusiones de manzanilla, tomillo y anís.

Gripe: lo mejor era acostarse con los primeros síntomas y tomar cada dos horas una taza de infusión de eucalipto, tomillo y grama. Me han dicho también que la leche caliente con miel era muy importante, pues hacía sudar y con el sudor salía el mal.

Heridas: para limpiarlas y tener luego una cicatrización perfecta, cocían flores de malvas, con las que hacían una cataplasma que se colocaba sobre aquéllas. Más recientemente usaban hojas de siempreviva o curalotodo, planta desinfectante y también cicatrizante, a la que quitaban la piel interior colocando una o más hojas sobre la herida. Otras veces cocían varias hojas y con esa misma agua las lavaban.

Hemorragias vaginales: eran infalibles las infusiones de agua de ortigas.

Hemorroides, almorranas: en un paño mojado con agua fría ponían unas hojas de siempreviva, aplicándolas sobre la zona.

Mastitis: se colocaban fomentos de hojas de malvas calientes sobre el pecho. Otras veces hacían lo mismo con naranjas cocidas.

Muelas, dolores de: se hacían vahos de beleño; dicen que así salían los bichos de las muelas infectadas. Los fomentos de saúco también eran efectivos; la hierba se colocaba entre dos paños humedecidos con agua caliente y se aplicaba en la zona afectada. Muy socorrido era poner un poco de aguardiente en la muela, que quedaba un poco anestesiada.

Oído, dolor de: metían en el oído un trocito de tela impregnada de aceite de oliva de su cosecha.

Ojos, afecciones oculares: se hacía una infusión de flores, principalmente de saúco o en su lugar de manzanilla, luego empapaban un trapito y lo pasaban suavemente por los párpados, dejándolo un ratito sobre los mismos para que el líquido se introdujese en su interior.

Difteria: se quemaban en un recipiente hierbas olorosas, como tomillo, orégano, poleo, romero, etc.; después se colocaba encima una especie de cañón de chimenea por donde salía el humo, que a su vez era aspirado por el enfermo.

Fiebres tifoideas: metían desnudo al enfermo en el pozo de agua fría sito en la plaza que lleva su nombre. En otras ocasiones traían agua del manantial de La Galga, sito en la zona que lleva ese mismo nombre y cuyo color era blanquecina y, al parecer, tenía unas propiedades especiales; la echaban en un baño de zinc y metían allí a la persona enferma.

Paludismo: se utilizaba el mismo tratamiento de la difteria. Otras veces se aplicaban fomentos de mostaza sobre el pecho y espalda, que producían mucho picor, pero el resultado era bastante eficaz.

Panadizos: cataplasma de cebolla frita con aceite de oliva.

Picaduras de abejas y avispas: siempre aplicaban aceite pura de oliva de su cosecha.

Quemaduras: utilizaban agua con mucho jabón casero.

Riñones, dolores de: infusiones de grama.

(Fotos: Juan-Miguel Montero Barrado)